NAVARRA EN LA HISTORIA de Jaime Ignacio del Burgo

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NAVARRA EN LA HISTORIA

Realidad Histórica frente a los mitos Aberzales

Presentación en Madrid, 14 de marzo de 2018

 

NAVARRA Y EL NUEVO ESTATUS POLÍTICO VASCO DEL PNV

Conferencia e Pamplona, 6 de marzo de 2018

Jaime Ignacio del Burgo

 

 

Sumario

NAVARRA EN LA HISTORIA

Realidad histórica frente a los mitos aberzales

Acto de presentación. Madrid, 14 de marzo de 2018 5

ALDO OLCESE. Presidente de la Fundación Independiente 9
MANUEL PIMENTEL. Presidente de la Editorial Almuzara 15
ALFREDO URDACI 17
JAIME IGNACIO DEL BURGO 23
FOTOS DEL ACTO DE PRESENTACIÓN 37
NAVARRA Y EL NUEVO ESTATUS POLÍTICO VASCO
DEL PNV. JAIME IGNACIO DEL BURGO

Conferencia en el acto de presentación del libro Navarra en la
historia. Pamplona, 6 de marzo de 2018 41

Seremos vascos por la historia, sin la historia o contra la historia
(Manuel de Irujo) 49

“Nafarroa Euskadi da” 50

El papel del euskera en la lucha revolucionaria por la independencia 51

Unos sacuden el árbol y otros recogen las nueces 52

El estallido del “contencioso Navarra-Euzkadi” (1977). 54

Hechos probados 55

El Nuevo Estatus Político de la Nación vasca 57

Afirmaciones falsarias 58

La Nación de siete territorios 60

Una presidenta aberzale en una región no aberzale 61

Autodeterminación, salvo para Navarra 62
La huella de Roma 63
En segunda división 64
Está en juego nuestra libertad colectiva como pueblo 65
PUBLICACIONES DE JAIME IGNACIO DEL BURGO 68

 

 

NAVARRA EN LA HISTORIA. REALIDAD HISTÓRICA FRENTE A LOS MITOS ABERZALES 

Aldo Olcese
Presidente de la Fundación Independiente

Buenas tardes a todos. Muchas gracias por haber decidido acom- pañarnos esta tarde en este acto de presentación del último libro de Jaime Ignacio del Burgo.

Agradezco especialmente la presencia del Ministro de Educación y Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, para presidir este acto. Su presencia aquí no es casual y seguramente responde también a un sentimiento personal, como el que nos mueve a casi todos los que estamos aquí. Seguro que para Jaime Ignacio su presencia representa algo que va más allá del honor de tener presidiendo este acto al Ministro del ramo, uno de los más importantes del Gobierno. Es una señal de apoyo y respeto muy oportuna y que restaña viejas e injustas heri- das políticas. Así que muchísimas gracias Ministro por el gesto.

Me acompañan en la mesa además del Ministro y el autor, Manuel Pimentel, Editor del libro, con su cada vez más importante editorial Almuzara y Alfredo Urdaci, quien como líder de comunicación, hará la presentación inicial. Manuel es un viejo amigo de largo radio con   el que también me une un sentimiento de admiración y respeto.

Es para mí, como presidente de la Fundación Independiente que les ha convocado a esta presentación, una verdadera satisfacción poder participar en este acto. Estoy seguro de que vamos a pasar un muy

buen rato entre amigos, con el denominador común del afecto y la admiración por Jaime Ignacio del Burgo, con quien me une una en- trañable amistad de veinticinco años.

Del Burgo es un personaje de los verdaderamente importantes en la historia de la España contemporánea. Un verdadero patriota, una persona que ha dedicado su vida al servicio público más leal y com- prometido, desde el rigor, la honorabilidad y la ética. Y con un sa- crificio personal impresionante.

Sus actuaciones personales y políticas han estado presididas por la defensa de la unidad de España desde un profundo amor a su tierra Navarra, la lucha más valiente contra el terrorismo cobarde y lace- rante y la preservación objetiva y cabal de la verdad histórica.

No es casualidad que sea la Fundación Independiente quien haya organizado este acto. Somos una institución de la Sociedad Civil comprometida con la mejora de España desde la independencia de criterios y actuaciones y con la contribución altruista de sus miem- bros, desde la responsabilidad y el compromiso personal.

En nuestra casa siempre tendrán cabida y amparo todos aquellos  que tengan algo interesante que decir desde su independencia, con lealtad institucional y amor a España, como es el caso que hoy aquí nos convoca.

En España la independencia no es recibida con entusiasmo por los poderes establecidos. Somos un país de bandos muy anclados en el “conmigo o contra mí”. De adhesiones incondicionales y clientelis- mo político o económico que ni son liberadores de talento ni afian- zan una democracia madura y moderna. Por ello nuestra Fundación pretende ser una casa de acogida y promoción de  todos aquellos que, desde su independencia y compromiso personal, quieran con- tribuir al interés general de España con lealtad y rigor intelectual.

El libro de Jaime Ignacio sobre Navarra en la historia de España va     a ser presentado a continuación por mis colegas de mesa mucho me- jor que yo, pero quiero dar mi opinión como lector.

Transmite un rigor histórico que Jaime Ignacio seguramente lleva en sus genes heredado de su padre que fue un gran historiador navarro reconocido y admirado por todos. Es de fácil y entretenida lectura, escrito con mucho sentimiento y con una pasión que emociona al lector.

Termino diciendo que es un honor para mí haber convocado y par- ticipar este acto. Me siento contento y gratificado como persona y como Presidente de la Fundación Independiente.

Pero antes de ceder la palabra a Alfredo Urdaci, quiero dejarles con una anécdota que se produjo cuando conocí a Jaime Ignacio del Burgo, hace veinticinco años, que me impactó y me ha acompañado toda mi vida, y que define muy bien la personalidad y las circuns- tancias vividas por Jaime Ignacio del Burgo que le han forjado como un gran hombre y un ser humano excepcional.

Un día me llamó José María Aznar, corría el año 1994 y él se acer- caba a la Presidencia del Gobierno a  paso  firme.  Me  dijo:  “Aldo,  hay que ayudar a una persona excelente que se llama Jaime Igna-     cio del Burgo y que está pasando injustamente por momentos muy difíciles. Recordarás que fue el primer presidente de la Diputación  de Navarra en democracia y está amenazado y perseguido  por la ETA por ser un gran patriota, un hombre de bien y un valiente. Pero lo peor es que ni siquiera puede trabajar porque a pesar de ser un magnífico abogado, la gente en Navarra tiene miedo de contratarle profesionalmente por las posibles represalias terroristas. Mira a ver si tú que estás haciendo muchas cosas profesionales aquí en Madrid, puedes contar con él para encargarle trabajos legales que puedan se- ros útiles a ti y a tu círculo profesional, financiero y empresarial. Te aseguro que adema de ser un gran patriota y un magnífico político,  es una gran persona y un excelente profesional del Derecho”.

Me lo presentó al poco tiempo y nos reunimos en mi despacho, en- tonces en el Parque empresarial de La Moraleja. Yo veía desde mi ventana una gran rotonda de entrada a nuestro edificio y me llamó   la atención la llegada de una comitiva de dos coches de aspecto ofi- cial. Resultaron ser Jaime Ignacio y su escolta. Pensé sinceramente que llegaba el Presidente del Gobierno o el Rey. Pero era el ciudada- no navarro de a pie Del Burgo.

Hablamos de nuestras actividades profesionales para evaluar po- sibles campos de colaboración. Se estableció de inmediato una co- rriente de simpatía y de sentimientos y valores compartidos, que fueron el cimiento de nuestra buena amistad futura.

Jaime Ignacio me invitó a los pocos días a ir  a  verle  a Pamplona para conocer su despacho profesional que estaba en el piso de abajo de su domicilio particular y a comer después en su casa. Cuando llegué a su calle me quedé petrificado al ver en las farolas de la ca-   lle colgadas unas fotos grandes de Jaime Ignacio con unas dianas superpuestas y una leyenda abajo en grande que decía: “Del Burgo  eres el próximo”.

Ello en un Estado democrático y civilizado y en una ciudad capital   de una autonomía importante. Ante la ignominiosa y cobarde pasi- vidad de las autoridades municipales, forales y nacionales de enton- ces. ¡Lo grave es que llevaban varios días allí y muchos más estuvie- ron sin ser retiradas!

Al entrar en el edificio de su despacho y casa me encontré con un retén de la policía y en el rellano de su despacho con otros dos agen- tes. Verdaderamente impresionante. Tan lamentable todo ello como impactante. Como ven lo guardo desde entonces en mi retina y en   mi corazón.

En la comida conocí a Blanca, la mujer de Jaime Ignacio, una mu-     jer imponente en todos los órdenes, que está hoy también aquí con nosotros y aprovecho para rendirle sentido homenaje por todo lo  que ha pasado en su vida  y  por  cómo  ha  acompañado  y  cuidado de su marido, contra viento y marea y en circunstancias dramáticas durante muchos y largos años, aún peor, durante décadas, y con seis hijos pequeños a sus espaldas, que para entrar en su casa a la vuelta del cole se tenían que enfrentar a las dianas de amenaza de muerte de su padre.

Esta es la forja de una personalidad como Del Burgo. Por eso mere-  ce el respeto y la admiración de todos los españoles y mucho más.

Muchas Gracias.

 

Manuel Pimentel

Presidente de la Editorial Almuzara

Para la editorial Almuzara es una enorme satisfacción, un honor, poder editar esta obra, Navarra en la Historia, por tres motivos fun- damentales. El primero, y el más importante, porque es un libro ex- celente. Bien escrito y mejor documentado muestra, de manera ame- na y divulgativa, la verdadera historia de Navarra, tergiversada en tantas ocasiones por los intereses de los abertzales y por aquellos que quieren eliminar la verdadera esencia de una tierra y un pueblo, particular y especialísimo.

En segundo lugar, lo editamos porque es un libro oportuno. Llega cuando tiene que llegar, en un momento en el que las manipulaciones de la historia por parte de los movimientos independentistas diversos amenazan con hacernos habitar en una realidad que nunca existió. Pueden llamarlo política-ficción, si quieren,  pero  no historia. De ahí  la oportunidad del libro de Jaime Ignacio  del  Burgo,  porque  arroja luz sobre las tinieblas manipuladoras de los distorsionadores de la historia. Los que defendemos la idea de una España que a todos nos enriquece y conviene, una España democrática que garantiza nuestros derechos individuales y políticos, tenemos que ganar la batalla políti- ca, ideológica e histórica. No nos pueden robar la historia quienes no tienen el menor interés en conocerla, ni en descubrirla, sino tan solo en convertirla en un arma tergiversada de manipulación y adoctrinamiento. Para desenmascararlos, la única manera es combinar el esfuerzo intelectual y de honestidad histórica con el valor personal   y el coraje político, como el que demuestra el autor a través de su obra Navarra en la Historia.

Y, por último, también lo editamos por el poderoso y luminoso sím- bolo que encarna su autor, nuestro admirado Jaime Ignacio, ejem- plo de honestidad, coherencia y valentía política. Mil veces amena- zado, él y su familia, mil veces se reiteró en su defensa de Navarra, de España, de nuestra libertad y democracia. Y ahora nos regala con este libro excelente que suma a su larga producción intelectual y doctrinal. Muchas gracias, Jaime Ignacio por tu obra y tu ejemplo. Las personas pasamos, los libros quedan con su verdad luminosa tenaz y fructífera. Navarra en la Historia ha venido para quedarse, guste a quien guste y no guste a quien no guste, porque se encuentra cimentada sobre la roca más sólida, la de la verdad y el rigor histó- rico.

Alfredo Urdaci

En primer lugar me gustaría destacar algo esencial, que creo que preside la vida de Jaime Ignacio y por supuesto su trabajo como abogado, como historiador, como político y como articulista: SU COMPROMISO CON LA VERDAD. Creo que en ese lema se puede con- tener su obra. Es un compromiso que no es fácil, que no es cómodo, que a él le ha costado algún disgusto, no solo con los adversarios. Los compromisos con la verdad suelen costar más disgustos con los compañeros de partido.

En segundo lugar, si tuviera que ponerle un subtítulo a esa conden- sación de su vida, diría que es un hombre que ha dado, que da, la batalla de las ideas, que es la fundamental. Del Burgo guerrea en la historia, que él mismo reconoce en este libro, se ha convertido en un campo de batalla, guerrea en la prensa, guerrea en sus libros, y es un guerrero incansable que no rehúye ninguna polémica por agria que sea, por mucho que arrecie el granizo.

Y además guerrea en un territorio que ha sido siempre la perla de- seada del nacionalismo, como diría Sánchez  Albornoz,  citado  en  esta obra, “salvando a Navarra de las garras de un pueblo impe- rialista”. Quien no conozca Navarra puede pensar que esto es una exageración, una concesión a la leyenda. Nada más lejos de la rea- lidad. Los que hemos nacido y hemos vivido en Navarra, sabemos que esto es la realidad cotidiana. En las primeras páginas de este libro Del Burgo ya enumera las falsedades del nacionalismo, la es- candalosa torsión a la que han sometido a la historia.

Según el nacionalismo,

  • Navarra sería un apéndice mutilado de Euskal Herria,
  • Navarra sería una provincia entregada a la oligarquía caciquil,
  • Navarra fue conquistada a sangre y fuego por Castilla,
  • Navarra es el origen del conflicto de Euskadi con España.

Y los navarros, siempre según el aberzalismo, tenemos la obligación moral de hablar solo vascuence, tatuarnos la ikurriña en el cogote, y coger las pistolas para echar a las fuerzas invasoras, la guardia civil, la policía nacional, la Universidad de Navarra, la Clínica Universita- ria o la Volkswagen.

Como ven, un plan de vida extraordinario. ¡Pero esto es lo que he- mos oído allí desde que tenemos uso de razón! Mentiras que a base de repetirlas, y de incluirlas en las agendas de la televisión vasca,       o de algunos manuales de educación, dominan el paisaje como los disparates de Göebbels. Dominan tanto que corremos el riesgo de perder de vista la historia.

Así que uno se mete en el libro de Jaime Ignacio y lo primero que llama la atención es el rigor, la precisión, el contraste de cada mixtificación nacionalista con la verdad de la historia. La verdad de cómo sucedieron las cosas, la verdad de la personalidad de Navarra en la historia.

Y ¿qué ha sido Navarra en la historia? Pues algo que está muy claro en el libro de Jaime Ignacio, y que creo que es su gran aportación.   Un sujeto político, una comunidad política que tan solo unos años después de que se fundamentara el régimen constitucional del Rei- no Unido ya puso por escrito un elenco de derechos que se aplica- ban desde el siglo IX. El siglo IX. ¿Hay algún rastro en ese punto de la historia de la mítica Euzkadi? Ninguno. Pero Navarra es además una comunidad política que se mantiene en la historia, que se une a Castilla en una unión entre iguales, que se incorpora a una comuni- dad de territorios hispanos, y que ha tenido, gracias a su incorpo- ración al gran proyecto español, un desarrollo económico y social que le ha permitido, hasta ahora, estar siempre entre las primeras regiones de España en indicadores de bienestar, educación, sanidad, y servicios sociales. Estar de esa manera en la historia es causa y ra- zón de ese progreso.

Los navarros éramos titulares de derechos políticos, con todas las salvedades que se quieran aplicar hasta que llegamos al siglo XIX  y las salvedades ya no son tantas porque los derechos políticos se extienden a todos los ciudadanos. Pero el Fuero, los fueros, son una tabla de derechos de una comunidad política llamada Navarra o Reino de Navarra, y eso es de una importancia capital. El Fuero, como se dice en el libro varias veces es un INSTRUMENTO JURÍDICO que garantiza la libertad colectiva de los navarros. No es un privi- legio otorgado por Franco, como a veces se ha dicho por el nacio- nalismo, y no es una antigualla del pasado como dicen los recién llegados a la política, recién llegados que a veces demuestran menos conocimiento que osadía. El Fuero, desde sus inicios, garantizaba que el rey no podía ser un rey déspota, el fuero eran derechos de una constitución entre comillas que era variable, porque era el pacto que la monarquía juraba respetar en cada relevo.

El nacionalismo vasco ha intentado destruir esa libertad por todos  los medios. Lo hicieron a bombas y pistolas en los años del terroris- mo, y ahora lo intentan desde las instituciones a las que han llegado gracias a los derechos y garantías del propio fuero. Lo intentaron en años de la transición. Del Burgo hace muy bien en recordar cómo     se gestó el amejoramiento y su encaje constitucional porque aquí de nuevo corremos el riesgo de comprar esa idea disparatada, fabricada por Zapatero y amplificada por Podemos, de que la transición    fue un ejercicio de simulación táctica para llegar a la tercera repú- blica, idea según la cual todo el edificio constitucional no sería más que un decorado de cartón piedra, un teatro provisional a la espera del advenimiento republicano.

Agradezcamos al autor que sea especialmente minucioso en el relato de cómo se articuló el paso de la dictadura a la democracia, y de cómo Navarra supo aprovechar esa oportunidad para seguir siendo Navarra, para seguir como Navarra en la historia, superando el de- safío de conciliar el Fuero con la Constitución.

Hoy el nacionalismo, el populismo, y la extrema izquierda gobier-  nan en Navarra. El resultado de ese gobierno es que los dos grandes proyectos de infraestructura que Navarra necesita, el Canal de Na- varra y el tren de alta velocidad, han sido boicoteados hasta que el Gobierno de la Nación ha tomado cartas en el asunto. Que la Uni- versidad de Navarra y la Clínica, con todo el tejido empresarial e intelectual que las rodea, está sufriendo una política de palos en las ruedas, que el Gobierno foral en un gesto de enorme valor simbóli-  co ha marginado al Rey de la entrega del premio Príncipe de Viana, que Navarra sufre una presión fiscal que está ahogando la iniciativa privada y por tanto la creación de empleo y riqueza, que se fuerza la educación en vascuence como forma de ampliar la base nacionalista.

Navarra es la clave de un proyecto de ruptura de España que tiene   su frente ahora en Cataluña, pero que en Navarra trabaja en agudi- zar los conflictos de clase y en desvincular a Navarra de España, en   lo simbólico, en lo económico y en lo cultural para cambiar el paso   de lo que han sido once siglos de historia perfectamente resumidos y analizados en este volumen. La batalla de las ideas, la de la historia, es la fundamental. Es ahí donde nos jugamos la libertad y la pros- peridad. Lo que ofrecen como alternativa es un proyecto de nacionalismo excluyente, empobrecedor y ajeno completamente a nuestra identidad. No tengo muchas esperanzas de que ganemos esa batalla, porque hoy más que nunca el mundo no está movido por la verdad,   y las gentes prefieren antes una mentira que confirme sus prejuicios que una verdad que les obligue a cambiarlos.

Antes de terminar quiero señalar dos cosas.

La primera es que este libro tiene algunas citas a pie de página que son imprescindibles e interesantísimas. La primera se refiere a las calumnias vertidas por medios nacionalistas contra el padre del au- tor. La segunda, también muy extensa, la que  se  refiere  al  episo- dio FASA. Cuando digo que Del Burgo tiene un compromiso hondo  con la verdad es también por ese episodio. Planteado como cacería primero mediática (otro episodio bochornoso del diario El País) y luego como persecución política, Jaime Ignacio resistió, se defendió, peleó, hasta conseguir ser repuesto como presidente de la Diputa- ción foral. En aquel tiempo todavía se podían reparar algunos atro- pellos, hoy desde luego ese episodio y su vuelta sería imposible. Hoy la trituradora mediático-fiscal-judicial no tiene vuelta atrás. Que se   lo pregunten por ejemplo a Paco Camps.

Y ya la última cosa que quiero hacer es citar al propio autor en un discurso suyo de 1979, en el Senado, discurso que suscribo de la   cruz a la fecha y que me parece una de las páginas más bellas que resume el ser de Navarra:

“Hace unos días escuché una frase de un político catalán que me hizo reflexionar sobre lo que significaría su extrapolación a todas las Comunidades de España. «Por encima de Cataluña, nada». Pensé en Navarra, a la que amo tanto como el político catalán pueda amar a Cataluña. Y llegué a algunas conclusio- nes. Además de Navarra, España. Nada por encima de sus dere- chos históricos ni de su foralidad originaria, pero por encima de Navarra, la libertad, la igualdad de todos los españoles y de to- dos los pueblos de España, la solidaridad para construir una so- ciedad en la que a la hora del reparto de la renta y de la riqueza solo haya una única clase: la de todos los españoles. Y es que sin libertad, sin igualdad, sin solidaridad, la propia Navarra que- daría mutilada en su esencia. Porque ser navarro es una de las maneras de ser español. Fuimos un reino. Formamos una Co- munidad Foral histórica, orgullosa de su propia identidad y de su personalidad política. Hicimos frente al absolutismo monár- quico y al centralismo del Estado. Mantuvimos enhiesta la ban- dera de nuestra libertad colectiva. Tenemos por ello todos los títulos, cuantos “hechos diferenciales” se deseen, para constituir una nacionalidad. Pero nuestra nacionalidad con mayúsculas es España, una España a la que contribuimos a forjar a lo largo de la historia y que es nuestra nación, nuestra Patria común. No, no hace falta que España esté encima, porque España está dentro, está en el corazón donde sus latidos se confunden con los nuestros. Nada por encima de nuestro Fuero. Pero hagamos lo posible y lo indecible por fortalecer nuestra unidad como na- ción. En la grandeza y la dignidad de España está nuestra pro- pia grandeza y dignidad.

“Desde este pensamiento, compartido por la inmensa mayo- ría de los navarros, es como ha de interpretarse y entenderse este amejoramiento del Fuero. Un pacto para hacer España, y no para romperla. Una Ley pactada para el progreso de una Comunidad que ama la libertad y la justicia. En definitiva, un Amejoramiento para ratificar algo que ya se ha dicho y que es una evidencia: que Navarra es Navarra o, lo que es lo mismo, que Navarra es España”.

El fuero hace España y romper el fuero es romper España.

Muchas gracias.

 

Jaime Ignacio del Burgo

El autor pronuncia palabras de agradecimiento a los asistentes y de modo singular a Aldo Olcese, presidente de la Fundación Independiente y a Ma- nuel Pimentel, presidente de la editorial Almuzara, organizadores del acto de presentación, al periodista pamplonés Alfredo Urdaci por sus cálidas palabras sobre el libro y su autor, así como al Ministro de Educación, Cul- tura y Deportes por haber aceptado la presidencia de aquél. Dicho esto pronunció las siguientes palabras:

Allá por el año 1958, cuando era alumno de primero de Derecho en el entonces Estudio General de Navarra, recuerdo que nuestro pro- fesor de Historia del Derecho, Don Ismael Sánchez Bella, al explicar la transición del absolutismo monárquico al régimen liberal en la primera mitad del siglo XIX, se refirió a Navarra con estas o pareci- das palabras: “De esta época es la Ley de 16 de agosto de 1841, que acomodó los Fueros de Navarra al sistema constitucional. Los juris- tas navarros dicen que es una Ley ‘paccionada’, cuya modificación requiere un nuevo pacto entre el Estado y la Diputación. Pero los juristas del Estado sostienen que es una ley como otra cualquiera,   que puede alterarse e, incluso  derogarse  por  las  Cortes españolas. La verdad es que no hay un estudio riguroso sobre esta cuestión”.

Al escuchar estas palabras pensé:  “Si algún día hago el doctora-  do, este será el tema de mi tesis doctoral. Saber si la Ley de 1841 fue o no fruto de un pacto”. No me olvidé de aquel pensamiento. Terminé la carrera y tras dos años de investigación creo haber de- mostrado que, en efecto, la Ley Paccionada es la concreción de un pacto entre el Estado y Navarra, que no puede alterarse por nin- guna de las partes sin previo acuerdo con la otra. Debí convencer      al tribunal de la bondad de mi tesis pues los cinco catedráticos de Historia del Derecho me otorgaron por unanimidad sobresaliente “cum laude”.

Pronto me percaté de que tal conclusión no era pacíficamente acep- tada en el seno de la comunidad jurídica española. Conviene recor- dar que el franquismo había fortalecido aún más el Estado fuerte- mente centralizado heredado del régimen liberal. No era de extra- ñar, por tanto, que hubiera quien no estuviera dispuesto a aceptar que una pequeña provincia como Navarra, por más títulos históri- cos y jurídicos que exhibiera, quedara fuera del alcance de los ten- táculos soberanos de la Administración central. Algunos se rasga- ban las vestiduras cuando la Diputación de Navarra se presentaba   en Madrid exigiendo respeto al carácter paccionado de su régimen. Desde entonces, llevé a cabo una intensa catequesis foral en la ca- pital de España. Tarea especialmente oportuna sobre todo en el pe- riodo constituyente donde la ignorancia de diputados y senadores sobre nuestro estatus paccionado era enciclopédica.

Acabo de aludir al régimen  liberal.  Como  es  bien  sabido,  en  ple- na guerra de la Independencia, cuando los españoles luchaban para expulsar a Napoleón, se reunieron  Cortes  en  Cádiz.  El  estampido de los cañones franceses no les impidió aprobar una Constitución inspirada en los principios de la Revolución francesa. En consecuen- cia, privaron al rey Fernando VII –preso en Francia– de sus poderes absolutos y proclamaron que la soberanía  residía  “esencialmente” en la Nación.

Dos años antes, el diputado Agustín de Argüelles, al que se le cono- ció como “el divino” por su gran elocuencia, había pronunciado un discurso, considerado como el “proemio” de la Constitución, en el que hizo una elogiosa referencia a la de Navarra que “como viva y en ejercicio no puede menos de llamar grandemente la atención del Con- greso. Ella ofrece un testimonio irrefragable contra  los que se obsti-  nan en creer extraño lo que se observa hoy en una de las más felices y envidiables provincias del Reino; provincia donde, cuando el resto de   la Nación no ofrecía más que un teatro uniforme en el que se cumplía sin contradicción la voluntad del Gobierno, hallaba este  un antemu- ral inexpugnable en que iban a estrellarse sus órdenes y providencias siempre que eran contra la ley o procomunal del Reino”.

Lo incomprensible fue que después de semejante elogio, los consti- tuyentes gaditanos no vacilaron a la hora de privar a Navarra de su felicidad que quedó reducida a la condición de mera provincia de la Nación, ignorando su condición de reino.

Cuando regresó Fernando VII a España de su infamante cautiverio  en Francia, lo primero que hizo fue revocar la Constitución. Na-  varra recuperó en consecuencia su estatus anterior. De forma que     la pervivencia del reino quedó vinculada al ejercicio por el rey de    sus poderes absolutos. Así se puso de manifiesto durante la primera guerra carlista, pues Don Carlos  de  Borbón,  hermano  de  Fernan- do VII, asumió el compromiso  de  respetar  la  constitución  históri- ca de Navarra. Por el contrario, si triunfaba la reina Isabel II los Fueros quedarían suprimidos “ipso facto”, habida cuenta de que en 1836 una sublevación de sargentos en el Palacio de La Granja forzó   a la Reina María Cristina, que ejercía la Regencia por la minoría de edad de su hija Isabel, a restablecer la Constitución de Cádiz.

Los carlistas perdieron la guerra. El Convenio de Vergara de 31 de agosto de 1839 puso fin a la contienda en el norte, pero abrió una puerta a la restauración de la foralidad al comprometerse el general Espartero a recomendar al Gobierno su confirmación. El Gobierno aceptó la recomendación del general victorioso y las Cortes apro- baron la Ley de 25 de octubre de 1838 en cuya virtud los Fueros vascos y navarros se confirmaron sin perjuicio de la unidad consti- tucional.

Los liberales navarros, situados en el bando vencedor, dominaban íntegramente la Diputación y se mostraron inquietos por la decisión de las Cortes. Querían sí los Fueros, pero no en su integridad. Re- chazaban, por citar uno de los puntos más controvertidos, la restau- ración de las Cortes estamentales, porque reflejaban la desigualdad inherente a la sociedad del Antiguo Régimen, donde el alto clero y      la nobleza unidos vencían al estamento popular. Atrás quedaron las alabanzas del divino Argüelles. Pero no se negaron a negociar con     el Gobierno, a diferencia de las Diputaciones vascongadas que con- sideraban que no había ninguna incompatibilidad entre sus Fueros, mucho más reducidos que los de Navarra, y la Constitución. Los comisionados navarros en Madrid instaron la supresión del Virrey, como cabeza visible del absolutismo; del Consejo Real, que ejercía    al mismo tiempo las funciones de gobierno y de tribunal supremo;  de las Cortes estamentales; de la Diputación del Reino cuya com- posición era fiel reflejo de aquellas; de la Cámara de Comptos o tribunal de cuentas; en suma, de todo el entramado institucional del antiguo Reino. Pero a cambio exigieron que el gobierno y la admi- nistración de Navarra pasara a ejercerse por una Diputación de siete miembros, elegida por las cinco Merindades, que asumiría las anti- guas funciones gubernativas del Consejo y de la Diputación del Rei- no, lo que incluía la regulación y exacción de los tributos. Asimis-  mo, el traslado de las aduanas de Tudela a los Pirineos supondría      la entrada de Navarra en el mercado común nacional. El Gobierno aceptó las exigencias de Navarra y el pacto alcanzado se formalizó mediante una ley aprobada por las Cortes españolas que se publicó  el 16 de agosto de 1841.

Recuerdo que cuando en mi tesis doctoral concluí el relato del final del viejo Reino me embargó una gran tristeza, por más que la aniquilación no hubiera sido total mitigada por el nacimiento del régimen foral. Decidí entonces que era preciso defender con uñas y dientes su carácter paccionado, porque había quienes lo considera- ban como un privilegio inadmisible. No podía imaginar que quince  años después una Constitución plenamente democrática, fruto del consenso de la gran mayoría de las formaciones políticas, en su dis- posición adicional primera proclamaría su amparo y respeto a los derechos históricos del viejo Reino. Un reconocimiento que abriría   la puerta a la restauración del poder legislativo navarro, a la plena democratización de sus instituciones y a la reintegración y amejo- ramiento de las competencias forales. Todo ello en el marco de un pacto solemne alcanzado en 1982 entre el Gobierno y la Diputación Foral, que sería refrendado por un Parlamento elegido por sufragio universal y por las Cortes Generales, al que para simplificar deno- minamos “Amejoramiento del Fuero”. Lo cierto es que gracias a él Navarra se convirtió en una de las comunidades con mayor grado de autonomía de la Unión Europea y hoy se encuentra en el grupo de cabeza de las comunidades españolas en cuanto a nivel de bienestar.

Pero no todo fue de color de rosas. Al igual que en la época medie- val y en el siglo XIX y XX, la violencia volvió a hacer su aparición entre nosotros. Y cuando las cicatrices de la guerra civil de 1936 se habían cerrado surgió un nuevo conflicto político alimentado por un terrorismo criminal, cuyas secuelas todavía padecemos. Me re- fiero a la irrupción de la banda terrorista ETA que prestó cobertura a la pretensión del separatismo de constituir una nación vasca, con inclusión de Navarra, a la que llaman Euzkadi o Euskal Herria. La Constitución también afrontó esta cuestión y en su disposición transitoria cuarta reconoció que solo el pueblo navarro, y nadie más, puede acordar mediante referéndum la incorporación de Navarra a esa pretendida nación, lo que supondría su conversión en un “terri- torio histórico” de la Comunidad Vasca  y,  por  tanto,  la  pérdida  de su actual estatus foral.

En nuestros días, el nacionalismo vasco ya no habla de la integra- ción de Navarra en Euzkadi. Parte de la existencia de una nación vasca a la que llaman Euskal Herria, de la que Navarra forma parte inseparable desde la más remota antigüedad. El pueblo de esa hi- potética nación tiene como principal seña de identidad un idioma común: el vascuence o euskera. Y si los vascos no constituyen un Estado independiente es porque viven bajo la opresión de España y Francia. De modo que el derecho a decidir ha de ser ejercido con- juntamente por los ciudadanos de los siete territorios que pertenecen de forma inalienable a Euskal Herria, es decir, las tres provincias vascongadas de la Comunidad Vasca, Navarra y los tres distritos vascos del Departamento francés de los Pirineos Atlánticos.

Sostienen que desde la más remota antigüedad existe un pueblo constituido por los territorios de la actual Comunidad Autónoma Vasca, de Navarra y de los territorios vascos del Sur de Francia. Ar- gumentan la pérdida de los Fueros para justificar su proyecto sepa- ratista. Aducen que Euzkadi, a la que llaman hoy Euskal Herria, es     la expresión nacional del pueblo más antiguo de Europa, el pueblo  vasco, que vive oprimido por España y también por Francia. El vas- co, vascuence o euskera es el elemento identificativo de ese pueblo y Navarra forma parte esencial del mismo. El derecho a decidir –con- cluyen– no corresponde al viejo Reino sino al conjunto de Euskal Herria.

Para extender su credo, tanto el denominado nacionalismo vasco “moderado” como el aberzalismo radical, no han vacilado en falsear la historia. En el caso de Navarra, las mentiras se difunden y se tratan de imponer desde las propias instituciones navarras. El cuatripartito, que por tan solo un voto en el Parlamente gobierna actualmente en Navarra, utiliza el vascuence como instrumento de adoctrinamiento político y no duda en practicar políticas coerciti- vas. La idea es muy simple. Es así que Navarra es vasca, luego for-  ma parte inseparable de Euskal Herria. Y si no se ha materializado todavía es porque el Estado español viene aplicando una política cultural genocida.

Con gran cordura, el Amejoramiento del Fuero estableció que el vascuence sería también oficial en las zonas vascófonas, cuya de- terminación habría de hacerse mediante ley foral. La Ley Foral del vascuence de 1986 estableció la actual zonificación con base en cri- terios lingüísticos racionales y objetivos. Hay zonas como la Ribera  en las que nunca se habló el vascuence y, en la zona media, si se habló, se perdió hace muchos siglos. Pues bien, el cuatripartito está empeñado en euskaldunizar toda Navarra a pesar de que poco más del 6% de la población utiliza habitualmente el vascuence en sus relaciones personales. Para ello baraja la posibilidad de eliminar la zonificación lingüística y declarar la oficialidad del euskera en toda Navarra, lo que sería manifiestamente inconstitucional.

Por otra parte, cuando en el proceso constituyente la pretensión de integrar a Navarra en Euzkadi fracasó rotundamente, el nacionalis- mo decidió trasladar el conflicto al campo de la historia, donde se libra una gran batalla, muy desigual porque cuentan con grandes recursos económicos y medios personales. Una de las grandes men- tiras consiste en la afirmación de que los navarros somos españoles por la fuerza de las armas castellanas, que en 1512 acabaron con la independencia de Navarra después de haber sometido siglos antes a Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Lo cierto es que en el conflicto inter- nacional que enfrentó al Papa Julio II con el rey cismático francés Luis XII, los reyes navarros Juan de Albret y Catalina de Foix arries- garon la corona de un reino como el navarro, empobrecido y en- sangrentado a causa de la incesante guerra civil entre agramonteses y beamonteses, para conservar sus cuantiosas rentas que procedían de los territorios de los Foix y los Albret en territorio francés. Lo cierto es que la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla en 1515, como proclama una ley de las Cortes de 1645, que recoge la “Novíssima Recopilación de las Leyes del Reino: hechas en las Cor-  tes Generales desde 1812 hasta 1716”, publicada en 1735, fue por vía de “unión equae  principal”,  conservando  Navarra  su  “naturale-  za propia” como  “reino  de  por  sí,  tanto  en  leyes  como  en  territorio y gobierno”.

Precisamente para salir al paso de las mentiras aberzales escribí este libro. Es un hecho incuestionable que todos los pueblos han sentido la necesidad de conocer sus raíces, saber cómo se forjó su perso- nalidad, cómo vivieron sus antepasados, cuáles fueron sus días de gloria y de derrota y quiénes se distinguieron por su dedicación a la política, a la milicia, al arte o a las ciencias para rendir homenaje a cuantos dejaron huella en la conformación de la identidad colectiva.

También es indiscutible que ciertos episodios históricos sirven para apuntalar el orgullo nacional. No es de extrañar que se tienda a mitificar todo aquello que contribuya a reforzar la cohesión de la “tribu” –utilizando la expresión de aquel gran antropólogo que fue nuestro paisano José Antonio Jáuregui11– y a oscurecer los episodios que conduzcan a lo contrario.

Los navarros, por poner un ejemplo, estamos firmemente convenci- dos de que la victoria de las Navas de Tolosa en 1212, que evitó que toda España volviera a caer bajo el dominio musulmán, fue poco menos que una gesta  exclusiva  de  nuestro  legendario  Sancho  VII  El Fuerte. El despacho de la presidencia del Gobierno foral en el Pa- lacio de Navarra está presidido por un gran tapiz que no puede ser más expresivo. En él se representa a nuestro gigantesco monarca, pues medía más de dos metros, montado a caballo y blandiendo su temible maza, en el momento de arrollar a la guardia de Mirama- molín a quien puso en humillante fuga. Las cadenas del escudo de Navarra dan fe imperecedera de que en las Navas nuestro rey salvó   a la cristiandad española en un golpe de audacia y valentía. Como contrapunto, los cronistas castellanos de la época, aunque citan de pasada la acción de nuestro buen Sancho, atribuyen la victoria al genio militar de Alfonso VIII que pudo así resarcirse de su estrepi- tosa derrota en Alarcos, donde a punto estuvo de perderse el reino castellano. También los vizcaínos de López de Haro, al servicio de   las armas de Castilla, hicieron prodigios de valor en las Navas. Pues bien, a pesar de las exaltaciones propias de cada tribu o bandería, hay un fondo de verdad incuestionable: con más o menos acento castellano, navarro o aragonés lo cierto es que hubo una batalla, la de las Navas, donde los reyes cristianos españoles dejaron a un lado sus diferencias y secundaron la Santa Cruzada predicada, en nombre del Papa, por el arzobispo de Toledo, cuya sede arzobispal desempeñaba otro gran navarro, Rodrigo Jiménez de Rada. Y tampoco hay duda    de que la victoria de las armas cristianas acabó definitivamente con el sueño de restaurar el Andalus musulmán.

Los navarros nos sentimos orgullosos de la tierra que nos ha visto nacer. No hay nada de malo en ello siempre que no genere un ab- surdo complejo de superioridad respecto a los demás pueblos del planeta. A quien quiera comprobar la veracidad de lo que acabo de decir le sugiero eche una ojeada a los poderosos medios de comunicación   del nacionalismo vasco. Después de hacerlo tendrá la sensación de que las vanguardias castellanas del duque de Alba están a punto de hacer de nuevo su aparición ante las murallas de Pamplona, como ocurriera en 1512, para acabar con la independencia nacional de Navarra. O que la aviación alemana calienta motores para contri- buir al aplastamiento de Euzkadi por parte de España arrasando la histórica villa foral de Guernica como sucediera en 1937.

A quien quiera profundizar algo más, le recomiendo que visite una ikastola cualquiera. Saldrá de ella con la impresión de no hallarse en España sino en un país distinto. Un país al que han bautizado con el nombre de Euskal Herria que dicen existe desde el comienzo de los tiempos y que si no ha conseguido alcanzar la condición de nación soberana en el concierto internacional es porque no ha logrado to- davía romper las cadenas que la oprimen por la acción genocida y represora de los Estados español y francés. Comprobaría  asimismo con asombro que los alumnos de la ikastola creen a pies juntillas que el castellano es una lengua “erdera” –o extranjera– pues el idioma nacional de Euskal Herria no es otro que el vascuence o eusquera. Lengua venerable en la que según algunos doctos “investigadores” de otros tiempos el Creador habló en el Paraíso a nuestros primeros pa- dres, Adán y Eva, aunque otros  discrepan  y afirman que en realidad es algo más moderno pues surgió de la confusión de lenguas, que fue  el castigo que, según la Biblia de los judíos, impuso el Señor a los constructores de la torre de Babel. Y si tuviera tiempo de echar un vistazo a los libros de texto de historia estudiados por los alumnos de ikastola se informaría de que Navarra, que aparece en ellos como raíz y tronco de la nación imaginaria,  fue conquistada en 1512  con maña y furto por un tal Fernando, llamado El Católico, que la sometió a Castilla, acabó con su libertad y aplastó su conciencia nacional.

Lo cierto es que el nacionalismo vasco ha conseguido imponer, me- diante una utilización totalitaria y  sectaria  del  sistema  educativo, su peculiar visión de la historia donde se puede encontrar de todo menos la verdad. Hay jóvenes vascos y navarros que están abso- lutamente convencidos de que en 1936 España invadió Euzkadi o Euskal Herria y que si hoy Navarra está separada del conjunto vas- co se debe a la feroz política represiva del general Franco y a la im- posición de los poderes fácticos –la  Corona  y  el  ejército–,  que en los años de la transición a la democracia en España impidieron su incorporación a la régimen autonómico vasco.

No es de extrañar que después de semejante adoctrinamiento algu- nos jóvenes vascos y navarros se hubieran sentido impulsados a lu- char por la liberación de su patria y quisieran formar parte de la “vanguardia” del pueblo vasco en lucha por su libertad convencidos de la legitimidad de la violencia frente a la tiranía. ¿Acaso no se re- belaron los españoles en 1808 contra Napoleón? ¿Acaso se atreve alguien a llamar terroristas a los miembros de la resistencia francesa que combatieron a Hitler en la II Guerra Mundial? ¿Acaso no está lleno el mundo de  “estadistas”  a  los  que  los  altos  dignatarios  de la comunidad internacional no tienen empacho en reconocer como iguales cuando ayer estaban incluidos en la lista negra de las organi- zaciones terroristas?

Y es que el nacionalismo vasco de todo signo, moderado o inmode- rado, democrático o revolucionario, pacífico o violento, parece ha- ber hecho suya la consigna que se atribuye al dirigente comunista chino Mao, responsable de la esclavitud de su pueblo, cuando orde- nó a sus seguidores: “¡Corromped la historia!”.

¿Qué se puede hacer ante esta situación? En mi opinión hay  que darle la vuelta a la supuesta consigna de Mao y proclamar: “¡Res- taurad la historia!”. Porque se pongan como  se  pongan,  digan  lo que digan, escriban lo que escriban, mientan lo que mientan, los he- chos históricos prueban que la españolidad del País Vasco y de Na- varra es incuestionable.

Hoy, en Navarra, se libra  una  batalla  cultural  sin  precedentes.  Es en ese ámbito donde se juega el porvenir de nuestra tierra. Estoy convencido de que, a pesar de todo, no lograrán borrar las huellas   de nuestra historia aunque en el País Vasco lo hayan conseguido en gran medida después de treinta años de régimen nacionalista apun- talado por la actuación de ETA, que desde el comienzo de nuestra democracia se encargó de hacer el trabajo sucio.

Pero en Navarra no lo lograrán.

Y es que las viejas piedras del monasterio de Leyre –y las de Iranzu, la Oliva, Fitero, Irache y tantas otras– nos recordarán siempre que Navarra nació a la historia del hermanamiento entre la cruz y la espada, pues hubo un tiempo en que la fe y la libertad estaban estre- chamente vinculadas y se unieron para salvar España; la campana   de Roldán en Ibañeta nos hablará de la gesta de nuestros antepa- sados en Roncesvalles, que más tarde será punto de partida de esa senda de universalidad cristiana y española que es el camino de San- tiago; las cadenas arrancadas en Las Navas por nuestro rey Sancho serán prueba perenne de la solidaridad de Navarra con el resto de  los pueblos de España siempre que ha estado en juego el ser o no ser de nuestra patria común; el palacio real de Olite nos transportará a uno de los momentos de mayor esplendor cultural del viejo reino, aunque en alguna de sus estancias quizás se nos aparezca la triste fi- gura del Príncipe de Viana y lamentemos con él la división fratricida de agramonteses y beamonteses de la que los muros derruidos de la fortaleza de Maya serán su último testimonio en 1522; la Sala de la Preciosa de la Catedral de Santa María la Real de Pamplona, donde celebraban sus sesiones las viejas Cortes hoy renacidas en nuestro Parlamento foral, darán testimonio silente de cómo la incorporación de Navarra a la  Corona  de  Castilla  en  1515  fue  de  igual  a  igual,  lo que permitirá a los navarros implicarse hasta el extremo en las empresas comunes de la monarquía española, forjadora de nuestra nación; ante el castillo de Javier sentiremos el aliento de Francis-    co, el más universal de los navarros, elevado a los altares junto a aquel gran vasco universal, Íñigo de Loyola, después de haber pues- to al servicio del Papado esa gran Compañía de soldados de Cristo que desde su fundación tuvo un acento marcadamente español; el monolito de Noáin dedicado a los “afusilados” en la guerra de la Independencia frente a la tiranía de Napoleón volverá a hablarnos del heroísmo y sacrificio del pueblo navarro, que se echó al monte secundando la llamada del alcalde de Móstoles después la explosión patriótica del heroico pueblo de Madrid en aquel memorable 2 de mayo de 1808; en Tierra Estella y en la Sierra de Urbasa todavía es- cucharemos el eco de la carlistada de Zumalacárregui, que al frente de sus voluntarios vascos y navarros trató inútilmente de sentar a quien consideraba rey legítimo de España en el trono de Madrid;       y, por último, bajo el monumento a nuestros Fueros, levantado en 1898, que se yergue majestuoso frente al Palacio de Navarra, nos reafirmaremos en la necesidad de luchar por la libertad, que se con- quista día a día con el esfuerzo, el trabajo y el sacrificio de todos en armoniosa convivencia con el resto de los pueblos de España y del mundo entero.

Estoy seguro de que quien lea las páginas de este libro, sin orejeras ni ideas preconcebidas, llegará a la conclusión de que desconectada de España no hay historia navarra pero que sin la contribución de Navarra, el conjunto de los españoles se queda también sin historia.

Muchas gracias.

 

 

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