Premio 2004 «Fundación Independiente de Periodismo Camilo José Cela»

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D. José Antich, Director de La Vanguardia resultó ganador del VIII Premio «Fundación Independiente» de Periodismo Camilo José Cela 2004 por su artículo «Responsabilidades ajenas y propias» publicado en La Vanguardia el 21 de marzo de 2004.El Jurado del VIII Premio estuvo presidido por D. Fernando González Urbaneja, Presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España, y lo formaron: D. Ángel Expósito, Director de Europa Press; el Presidente del Consejo Social de la Universidad de Salamanca, Directivo de la Fundación Independiente y miembro del Consejo de Mutual Cyclops, entidad patrocinadora del Premio, D. Salvador Sánchez Terán; D. José Antonio Vera, Director de La Razón; y D. Enrique de Ybarra, Presidente de la Fundación Vocento; y la asistencia del Presidente de la Fundación Independiente, D. Ignacio Buqueras y Bach.

El acto de entrega del Premio que tuvo lugar el día 22 de junio en el Hotel Intercontinental Castellana, con la presencia del premiado, y destacadas personalidades, estuvo presidido por D. Ignacio Buqueras y Bach y, junto a él, intervinieron D. Ramón Ocaña Losa, Secretario General de la Fundación Independiente, que leyó el acta del Jurado; D. Fernando González Urbaneja, y D. Salvador Sánchez Terán. Cerró el acto el galardonado, D. José Antich, quien explicó en su intervención el porqué de su artículo, referido a las distintas posiciones de los medios de comunicación tras los atentados del 11-M.

El premio, consistente en 6.000 euros y diploma, dirigido al autor o autores del mejor artículo, o serie de artículos publicados en diarios o revistas de difusión pública en España que desarrollen la potenciación y estructuración de la sociedad civil, está convocado por la Fundación Independiente y patrocinado por Mutual Cyclops.

De izda. a dcha.:D. Enrique de Ybarra, Presidente de la Fundación
Vocento;D. Ángel Expósito, Director de Europa Press; D.Ignacio
Buqueras, Presidente de la Fundación Independiente; D. José
Antich, Director de La Vanguardia; Dña. Marina Castaño, viuda
de Cela; D. Fernando González Urbaneja, Presidente de la FAPE
D. Salvador Sánchez Terán, Presidente del Consejo Social de la
Universidad de Salamanca y Vicepresidente de la Fundación
Independiente; D. Raúl García Chinchilla, Director Territorial
de Mutual Cyclops; y D. Manuel Ocaña, Secretario General
de la Fundación Independiente.

En años anteriores el Premio fue obtenido: en 1977 por D. Amando de Miguel; en 1998 por D. José Antonio Jáuregui; en 1999 por D. Carlos Alberto Montaner; en 2000 por D. Carlos Sentís; en 2001 por D. Juan Manuel de Prada; en 2002 por D. Vicente Carrión, y en el año 2003 por D. Fernando Savater.

A continuación reproducimos íntegramente el artículo premiado en esta VIII edición.

«Responsabilidades ajenas y propias»

Una vez se han celebrado las elecciones generales y el clima político y social se ha tranquilizado, espero que irreversiblemente, no he de dejar pasar más tiempo sin ofrecer a los lectores de nuestro diario una información exhaustiva y mi punto de vista sobre las dos famosas llamadas que el presidente del Gobierno efectuó la jornada del 11-M a directores de periódicos de Madrid y de Barcelona. Y lo hago, además, con la tranquilidad que me da el hecho de que «La Vanguardia» no tenga necesidad de justificarse ante sus lectores después de que adoptara, en aquellos dolorosos y convulsos momentos, la arriesgada decisión de no realizar apresuradamente una edición especial para distribuir en los quiscos ante las serias dudas policiales y judiciales sobre la autoría del atentado terrorista. Escepticismo que también era palpable a aquella hora en la mayoría de las cancillerías del mundo.

Pasadas las 13:00 horas -cinco horas después de que estallaran una docena de bombas estratégicamente colocadas en cuatro trenes de cercanías de Madrid- el presidente del Gobierno contactó telefónicamente conmigo. La voz de José María Aznar era compungida y grave y me explicó que su llamada era para que tuviéramos «toda la información que a aquella hora se podía ofrecer». «No tenemos dudas respecto a la autoría: es cosa de ETA», precisó. Se extendió algo más respecto a la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado, también se refirió a la información que habían facilitado los servicios de inteligencia y me pidió que no creyéramos a Otegi -lider de la ilegalizada Batasuna-, que a aquellas horas ya desvinculaba en sus declaraciones a la organización terrorista vasca de la masacre de Madrid. Después de unos minutos de conversación prometió llamar más tarde cuando dispusiera, dijo, de más información.

A través de los circuitos internos que tiene el diario, la información fue comunicada como un elemento más a los periodistas que a aquellas horas investigaban, como era su deber profesional, todas las pistas sobre la autoría del atentado. Evidentemente era un dato importante, por provenir de quien provenía, pero susceptible de poder no ser finalmente veraz.

A última hora de la tarde se produjo una segunda llamada desde Presidencia del Gobierno. El presidente parecía más impresionado y su voz seguía siendo compungida y grave. A mi equipo de dirección le comenté: «Están asustados por lo que se les viene encima». La conversación no fue mucho más extensa que la de la mañana, pero la información sí tenía matices respecto a la que me había facilitado horas antes. José María Aznar ya no tenía la total seguridad de que había sido ETA la autora del atentado -en su comparecencia televisiva no había citado explícitamente a la banda terrorista- sino que su lenguaje era menos contundente. «Te vuelvo a llamar ahora que disponemos de más información. A la línea de investigación que se está siguiendo de ETA, que tengo la convicción personal de que ha sido la autora del atentado, se ha añadido otra». La seguridad policial de la mañana había pasado a ser una convicción personal. Me avanzó lo que inmediatamente después diría el ministro del Interior, Ángel Acebes, en comparecencia pública sobre la localización de una furgoneta en Alcalá de Henares con detonadores y una cinta en árabe. Una pieza que ha resultado ser clave en el giro que iba a tomar la información en las horas siguientes.

El circuito que siguió la información en la redacción del diario funcionó de la misma manera que por la mañana. Ninguno de los periodistas de «La Vanguardia» que habían trabajado en la investigación policial durante la jornada validaba a aquellas horas, a través de sus múltiples fuentes informativas, la información oficial. La pista de la furgoneta de Alcalá de Henares era en términos periodísticos «un filón». Nuestros corresponsales en el extranjero, con los que se estuvo en muy estrecho contacto desde el primer momento y de una manera especial Enrique Cymerman, quizás el periodista español con mejores fuentes tanto en Israel como en la Autoridad Nacional Palestina, tampoco compartían la opinión de que el atentado era obra de ETA. El resultado fue que ningún ejemplar del diario puesto a la venta en los quioscos tras el cruel atentado contenía datos que fuesen estrictamente gubernamentales y que el paso de las horas acabasen diluyendo.

Este análisis no sería completo si no diera también mi opinión sobre cómo gestionó el Gobierno la información desde la comparencia del ministro Acebes el jueves por la tarde-noche hasta la jornada electoral del domingo. Al hecho más palpable de que lo hizo con una torpeza inexplicable -algo poco frecuente en una persona con su experiencia política- que le llevaba incluso a expresarse atemorizado y nada convincente, se añadía el hecho de que las versiones que ofrecía no casaban con las que los periodistas obtenían de los portavoces oficiosos implicados en el caso. Su verdad se iba haciendo cada vez más pequeña a medida que, con un imparable goteo, se conocían más detalles que apuntaban al terrorismo islámico. Quizás no en solitario pero siempre siendo ellos los principales autores materiales de la matanza. La portada de «La Vanguardia» del sábado, sustantivamente diferente a la de otros diarios españoles, recogía en uno de sus titulares más destacado este estado de cosas: «Las pruebas apuntan a Al Qaeda, pero el Gobierno insiste en ETA».

La demanda ciudadana queriendo saber quién había sido el autor del atentado estaba ya plenamente justificada y la divergencia entre portavoces oficiales y oficiosos parecía ya absolutamente insalvable. A partir de este momento, el Gobierno había perdido una parte de su crédito ante la opinión pública española e internacional. Es muy probable que el caldo de cultivo de las explicaciones que se dieron en su día respecto a las hasta hoy inexistentes armas de destrucción masiva en Irak propiciara una imparable bola de nieve en muy pocas horas. La sentencia definitiva e inapelable la firmarían en la jornada del domingo los españoles en las urnas. Una masa crítica con el Gobierno, impensable tan sólo unos días antes y que había ido creciendo con un ímpetu, quién sabe, si irrepetible, reaccionaba con una furia democrática desconocida hasta expulsar con una fuerza inusitada al Partido Popular del poder que había ejercido desde 1996.

De esta sucesión imparable de acontecimientos históricos de la pasada semana hay una última reflexión que no quiero dejar en el tintero, que el atentado de Madrid ha puesto descarnadamente encima de la mesa, y sobre la que sería bueno que la prensa meditara desapasionadamente y con la distancia suficiente de la urgencia que predetermina una sociedad ávida de información en una jornada como la del 11-M.

¿Deben competir los periódicos en inmediatez o ése es un terreno informativo que debe quedar en manos de la radio y la televisón? ¿Es bueno sacar ediciones de periódicos que cuando llegan al quiosco están ya desactualizadas por sus propias ediciones digitales debido, en gran medida, a la premura con que han sido realizadas? ¿No era mejor esperar unas horas, dejar que los periodistas acabaran su labor de investigación del día y colocar en su justo sitio la información que facilitaba la única fuente oficial por más que fuera el propio presidente del Gobierno? Sería dramático que los lectores acabaran pensando que los titulares de un periódico se acaban haciendo por una llamada del presidente del Gobierno y no por el trabajo de sus profesionales.

En países de nuestro entorno este debate ya se ha planteado y, por ejemplo, no hay precedentes destacables de que la prensa europea de calidad quiera desempeñar este papel de la inmediatez. Ante hechos tan dramáticos como los del 11 de marzo, como los que se registraron en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, fueron muchos los diarios que apostaron por concentran sus esfuerzos para que en su primer encuentro con los lectores tuviera todos los elementos informativos de la jornada y no sólo las primeras versiones oficiales. Con posterioridad al 11-S he tenido oportunidad de conversar al respecto, entre otros con responsables de «The New York Times», que optó por esta vía mucho más propia y que en mi opinión interpretó en aquel momento perfectamente la evolución de la prensa.

El escritor Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, en una conferencia que pronunció hace ya varios años en Los Ángeles con motivo de la asamblea general de la Sociedad Interamericana de Prensa y que llevaba por título «El mejor oficio del mundo» diseccionó con una lucidez total muchos de los retos de la profesión. En ese texto, en el que también reflexiona sobre la prisa y las restricciones de espacio, deja escrito que «la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor». Y años después, quizás, sea una lección que no debe caer en el olvido.

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